CÍRCULO LITERARIO ALIWEN
ESCRITORES MAULINOS

Bohemia Dieciochesca II

BOHEMIA DIECHIOCHESCA

Los tiempos han cambiado, si Mateo de Toro y Zambrano y toda su corte o séquito dieciochesco nos pudieran observar, estarían -sin duda- orgullosos de nosotros. O´higgins no se revolcaría en su tumba, masticando los agravios y el mal agradecimiento de sus camaradas y compatriotas independentistas ni Manuel Rodríguez se travestiría, una y otra vez, para darnos una patria libre; Porque somos, no sólo chilenos, sino que somos ciudadanos del mundo, socios comerciales de Estados Unidos, miembros de la Comunidad Europea, hemos tendido puentes comerciales con lo más granado de la comunidad mundial y estamos en pleno proceso de pro-globalización. Todos nuestros héroes pueden dormir en paz el sueño de sus laureles y de su anhelada integración bolivariana y multirracial. Vamos tirando el carro de la victoria con no poca fe y confianza en el futuro y en nosotros mismos, vamos poco a poco perdiendo la categoría tercer mundista, para convertirnos en la nueva vedette sudamericana, todos los ojos están puestos en Chile y coqueteamos a todo el mundo. Estamos exportando más vino que nunca, más pollo y más fruta. Nos estamos vendiendo como destino turístico, con hoteles cinco estrellas, para que los más civilizados puedan venir a conocer este apartado y exótico punto del mundo. Patagonia incluida con whisky on the rock with eternal ice of lagoon saint Rafael.
Volvemos a ser los británicos de Sudamérica y con la depreciada economía Argentina, en lento proceso de recuperación y acogotada por su deuda externa, y con la inestabilidad del coloso brasileño, hemos tomado la batuta: considerado el país más seguro para invertir y con menor índice de inseguridad ciudadana. Entramos por la puerta ancha... nos sentimos los elegidos, los señalados por la vara divina de la economía mundial.
Pero cuando llega septiembre, mi alma, y se empiezan a sentirse aires dieciochescos, cuando el anticucho chirrea inmisericorde en los fragores humeantes de la parrilla, se nos despierta un fervor patrio que nos desborda y nos sobrepasa. Entonces toda la flema británica se nos descompone, hace agua, y aparece el roto chileno, el indio pícaro en todo su esplendor; porque con dos tragos de más mostramos la ojota, la hilacha, el shigual loco. El chileno con dos cachos de chicha de Curacaví, de la baya curadora o de la villalegrina, espumante y rubia, burbujeante y risueña como una mar contenido, como un mar en calma, la que enreda la lengua y suelta las palabras, la que hermana a todos en un cordial salud o en un emotivo ¡viva Chile, mi alma!. Ese mismo chileno con un cuarto de más de la rubia o del fructuoso pipeño es más impredecible que un mono con navaja. El que era su amigo, su brother, su yunta, su igual, su compinche, su socio, un minuto atrás, se vuelve al minuto siguiente en un desconocido despreciable, producto de una mala interpretación o de un impasse accidental. Luego se cae la gramática y dejamos de ser miembros activos de la Real Academia Española de la Lengua, para sacar a relucir todo nuestro idiolecto, todo nuestro localismo, toda la riqueza expresiva de nuestra jerga de tribu criada en el rigor, todo nuestro shigual, el del “somos o no somos”, “póngale no más compadre”; pasamos de la informalidad a la patudez, de la caricia al abrazo, de la palmada al puño, del amor al odio, sin puntos medios, sin cambios de luces que nos den el aviso, que nos permitan capear el temporal.
Las celebraciones de nuestras tradiciones se han vuelto violentas e inestables, no sabemos celebrar, nos excedemos en todo orden de cosas, no disfrutamos, bebemos más de la cuenta y en un estado de ebria catarsis purificamos todos nuestros fantasmas y nos da por vivir el mentado “carpe diem”, de coger el momento, de disfrutar hoy y morir mañana. Con un par de copas parece que se aclarara el horizonte, el futuro nos sonríe y la melancolía pone sus nostálgicos pies de plomo en retirada. He visto como la bohemia dieciochera se apodera de las piadosa y desprevenidas almas patrióticas y llevándolas a un estado de éxtasis, al más genuino fervor criollo, he visto bailarines solitarios danzando en el muelle aserrín y bajo las mustias hojas de agónicas ramadas, bailar con doncellas imaginarias danzas etílicas, ensimismados, envueltos en un aura de religiosa ebriedad, rindiendo un culto sagrado a Baco, ajenos al mundo, enajenados, sintiéndose protagonista de su propio reality, ajenos al estropicio reinante, absortos en los sonidos de su propia música, poseídos por los timbales febriles del trópico del trópico.
Lo que realmente se echa de menos en cada celebración de nuestra Independencia es su majestad la cueca, la reina de las danzas, la más casta, la más pura... Por su origen, tal vez menos popular de lo que realmente hemos considerado, o debido a que es una danza más elaborada y que requiere un poco más de dedicación y de esfuerzo o porque simplemente no está internalizada en la conciencia colectiva del pueblo, es que no se baila con la masividad con que debiera bailarse o es que como sabiamente lo expresa la canción: El cuerpo pide salsa, pide caribe, pide trópico, pide movimiento de cadera y de pelvis, pide meneo de la cintura... pide sabor, azúuuucar y todos los condimentos que se nos ocurran. ¡Qué va chico!, los chilenos somos así...
Una vez invertido el jugosos aguinaldo, en empanadas, anticuchos, chicha, paseos a la playa, camping al bosque, volantinadas, churros, circo, y después de sacar las cuentas “post-dieciochum”, nos alegraremos sabiendo que después de todo ¿Quién nos quita lo comido y lo bailado? Y a otra cosa mariposa y a soñar con el próximo mes de la patria, de la alegre primavera, de nuestras legítimas raíces, no es chileno el que no ha comido una empanada acompañada de un vaso de chicha escuchando de fondo el sonido inigualable de una cueca o zamacueca o zamba cueca o zamba clueca...

Jaime Gatica Jorquera
Círculo literario Aliwen
aliwen.man@gmail.com





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